Por:Juan David Mosquera
Valeria Mulet
Aquellas calles estrechas del centro de la ciudad, se encontraban transitadas por una sin número de personas. Mares de gente se veían pasar por la carrera séptima, extranjeros que paso a paso eran golpeados por los rayos del sol mientras se dirigían a Palacio. A las 10:00 am, algunos buscaban en dónde desayunar, ‘La Puerta Falsa’ hacía parte del espectáculo mañanero, filas largas de hombres y mujeres esperando hambrientos.
Quince minutos después, La Plaza de Bolívar indicaba la ruta para llegar a la casa Presidencial, pero las rutas que facilitan la llegada a este sitio se encontraban cerradas, por lo tanto, arribar al Claustro de San Agustín en la Carrera 8 con calle 7ª fue otra forma de adentrarse en el centro de la capital.
Mientras el centro indica que se debe tomar la carrera novena, las casas de tipo español evidencian las cuadras pequeñas, las casas que se caen parte por parte, algunas son negocios, otras conservan a las familias que llevan décadas, inclusive siglos viviendo allí, pues algunas no pierden la tradición de vivir en este sector. A las 10:20 am, la carrera 9ª muestra el fin de su ruta al cruzarse con la calle 7ª, suben hasta El Palacio de Nariño y frente a él está el Claustro de San Agustín.
Militares rodeaban las puertas, del otro costado de la calle se ve el Palacio de Justicia, pero por alguna razón la vía se hallaba cerrada. El claustro se viste de blanco, diez marcos de madera son las ventanas, se notan nuevos. Ingresan a las instalaciones del edificio, dos exposiciones se encuentran allí, ‘El Testigo’ de Jesús Abad Colorado y ‘Colapso’ de Joan Morey.
EL Claustro de San Agustín, está acompañado por un jardín grande, flores, plantas y rocas decoran el centro del sitio. Enseña dos rutas de exposición, el segundo piso se toma el foco principal y por las escaleras que están a mano derecha se sube a la exposición de Jesús Abad.
Un cuadro de una de las fotografías de Jesús está expuesto frente a las escaleras, allí, una mujer llamada Rubilda Rubiano sostiene la foto de su esposo Aquileo Mecheche, quien era líder social, mientras ella tiene el rostro pintado de color negro, dos textos acompañan a lado y lado de la foto lo que fue la historia de esa imagen.
Mientras suben las escaleras, se avistan las primeras imágenes de la exposición en uno de los salones del Claustro. 10:35 am, la primera puerta en iniciar este recorrido por la historia nacional, enseña en sus paredes a dos niños de Bojayá, la masacre que recordó aquella iglesia destruida por pipetas y lágrimas que no cesaban. Las miradas de estos infantes penetraron el aula creando el silencio desde el inicio hasta el final de la exposición.
Sobre el suelo, se levanta un árbol de papel, un árbol que representa la selva, el monte, las frías montañas y las ramas que cruzan todo el pabellón. Mientras andan poco a poco, algunos visitantes al observar la emoción que inspira cada foto, dejan caer sus lágrimas.
No es para más, la tristeza, el dolor y la impotencia que produce no poder haber hecho algo, por los protagonistas de las imágenes deja un apabullante espectro de malestar.
Mientras se lee cada texto y fecha que acompaña las fotos, más personas salen de la exposición calladas, con el ánimo bajo. 45 minutos después, se puede salir de la primera parte del recorrido y recobrar fuerzas, respirar un poco y ver el patio del claustro. El cielo se torna cada vez más azul, los rayos del sol caen sobre las tejas del edificio creando un calor denso y fuerte en los pasillos.
En la siguiente parte de la exposición, más fotos en blanco y negro forman el entorno del largo salón, allí, se evidencian en los cuadros jaguares usados como armas, las mismas que durante mucho tiempo maltrataban a los campesinos, cultivadores, quienes los paramilitares creían ‘sapos’ de la guerrilla. En la pared de frente, hay un hombre cargando un marrano, seguido de este, el mismo sujeto llevando en hombros su nevera, mientras que su hija pequeña va delante de él cargando otros objetos. Una familia desplazada por la violencia.
Cada vez las fotos se vuelven más íntimas, más arraigadas a la fuerza del tiempo en que se tomaron. Una niña pequeña se encuentra llevando a una gallina, una amiga que para esta chiquilla era primordial tenerla y no dejarla en Mapiripán. Las fotos se llevan algo más que unas lágrimas, al salir de la segunda parte de la exposición, la motivación de las personas no se levanta, en los muros blancos del claustro mensajes de fe daban un poco de aliento a la realidad en la que los espectadores se habían metido.
Cifras, nombres y fechas eran la composición técnica de un recorrido que se debía hacer con el corazón en la mano.
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La tercera puerta, es otro pedazo de la historia que aún no terminaba. En ese momento, los visitantes dejaron de sacar sus teléfonos, solo se dedicaron a ver los rostros y las manos de los afectados por el conflicto armado. No se percataban de algún ruido, las imágenes se convertían en una vivencia, se les veía su mirada perdida. La ‘Operación Orión’, Bojayá, o Santander vivía en ellos, caminaban sin dejar de quitar la mirada en el cuadro, se movían porque debían avanzar en la exposición. Estaban en la selva.
Luego de recobrar el aliento, de ver el cielo y sentir que aún estaban en la historia de la imagen, ingresaron al cuarto salón. Las emociones en cuestión de segundos brotaron en la sala, lágrimas, abrazos y hasta perdón a las víctimas, a sus familias fueron escuchados durante el trayecto.
Pocos se fijaron en el tiempo, había transcurrido hora y media. A las 12:30 pm, faltaba por observar las firmas del tratado de paz de 2016, cuando algunos entraron en la sala, le pareció un acto de indiferencia ver esas fotografías, solo les dieron pinceladas a las fotos de Jesús Abad, solo las rozaron con la mirada. El tiempo se había tragado dos horas en emociones, se llenó de testigos, se volvió un cero a la izquierda, pues el público se convirtió en cautivo de cada foto.
A las 12:45 pm, terminaron las visitas, salieron pensativos, callados, caminaban por la calle 7ª de manera trashumante, el cielo se tornó gris avecinando la lluvia que cayó ese 8 de marzo. Recorrer por dos horas y media, leer y pensar que el sufrimiento no se ha ido del todo es un sinsabor. La Universidad Nacional de Colombia, fue la encargada de esta exposición.
Dejaron hablar a Jesús Abad…
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